Si
pudiéramos adelantar un poco la película, pasando el nacimiento de
Cristo, veríamos a otro mensajero de Dios. Este mensajero no es un niño
aún sin nacer, sino que se trata de un hombre viejo que, probablemente,
no viviría mucho más.
Antes de ver este breve encuentro, tenemos que entender el trasfondo, el escenario en el que se vive esto.
“Y
cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos, conforme a
la ley de Moisés, le trajeron a Jerusalén para presentarle al Señor.” (Lucas 2:22).
Imagínese,
están llevando a Jesús para presentarlo ceremonialmente ante el Señor.
Dios el Padre y Dios Espíritu Santo observan la presentación de Dios el
Hijo, en la carne. Dios es presentado ante Dios.
José
y María están siguiendo lo que la Ley les indicaba que debían hacer.
Dios, tal como lo vemos en Levítico, mandaba a que la mujer fuera
purificada por medio del ofrecimiento de sacrificios.
Después
del nacimiento de un hijo, la madre no podía hacerse presente en el
templo por cuarenta días. Después, ella debía ofrecer sacrificios y
regresaría a estar en comunión con la asamblea de adoradores.
María
no era una santa sin pecado; ella no estaba por sobre la ley de Moisés.
Ella, como todo ser humano, era responsable por su comunión con Dios
por medio de los canales y pautas que Dios había establecido. Según la
ley, ella era impura hasta que estos sacrificios se hicieran a su favor.
Y como María y José estaban lo suficientemente cerca de Jerusalén,
hicieron esos diez kilómetros para ofrecer personalmente las ofrendas.
Lucas nos dice que María y José trajeron un par de tórtolas o dos
palominos (Lucas 2:24).
Si
uno examina esta ofrenda de culpa ofrecida a favor de la madre,
descubrirá que Moisés pedía que se trajera un cordero, Levítico capítulo
12 nos da un bosquejo de las responsabilidades de la madre y una
definición de esta ofrenda. Sin embargo, Moisés permitía que las mujeres
más pobres, las que no podían comprar o no tenían un cordero de un año,
pudieran traer tórtolas o palominos. A esto se lo llamaba, la ofrenda
de los pobres.
Los magos aun no
habían llegado, sus regalos de oro habrían permitido que María comprase
el mejor cordero que existiera. Sin embargo, María y José están en la
pobreza, no tienen dinero para un cordero.
¿Se
da cuenta? Ellos en realidad traen el cordero, el Cordero de Dios. Allí
están, presentando sus animales en sacrificio en el templo, y al mismo
tiempo, sosteniendo al bebé que sería el sacrificio final.
Pero había alguien que lo sabía todo. Antes que José y María llegaran ante los sacerdotes, fueron interrumpidos por un anciano.
“Y
he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre,
justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo
estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no
vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el
Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron
al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en
sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu
siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu
salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz
para revelación a los gentiles, y gloria de tu pueblo Israel.” (Lucas 2:25-31).
¿Se
imagina esta escena? María y José son interrumpidos de repente por un
anciano que ni siquiera era un sacerdote. Simeón era simplemente un
hombre piadoso que tuvo el privilegio de ser uno de los mensajeros de
Dios. Él era el responsable de anunciar que “¡El Mesías ha llegado!”
Stephen Davey
Extraido de BBN