Felipe
le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. (Jn. 14:8)
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A.W. Tozer decía lo siguiente: “Señor, ¡cuán grande es nuestro dilema! En tu presencia, lo que más
nos conviene es el silencio, pero el amor nos hace arder el corazón y nos impulsa a hablar. Si nosotros nos callásemos, las
piedras gritaran; pero si hablamos, ¿qué vamos a decir? Enséñanos a conocer
lo que no podemos conocer, porque las cosas de Dios no las conoce hombre
alguno, sino el Espíritu de Dios. Haz que la fe nos sostenga donde fracasa la razón,
y pensaremos
porque creemos, no para poder creer.”
Nuestras palabras no alcanzaran jamás a
describir la grandeza de Dios, mucho menos entender la profundidad de su
majestad. Pero aun así, en su inmensidad, El escucha e inclina su oído una y
otra vez a las oraciones de sus hijos.
Moisés fue el único que pudo ver la
gloria de Dios, y la consecuencia de ello era un rostro resplandeciente que ni
aun los del pueblo de Israel podían soportar, porque dice que Moisés debía
ponerse un velo cuando estaba frente a ellos.
Timothy Dwight, nieto del famoso predicador Jonathan Edwards protagonista
principal del gran avivamiento espiritual ocurrido en los Estados Unidos en la
época de la colonia, escribe acerca del Dios que adoramos: “Así también Job
exclama en el texto: “De
oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me
arrepiento en polvo y ceniza”.
Todas estas consideraciones se
fortalecen de manera poderosa, y su eficacia aumenta con solo recordar la
omnipresencia y omnisciencia de Dios. La conciencia de que este asombroso Ser
está doquiera estamos nosotros, nos acompaña en la multitud; y en la soledad le
da una solemnidad a nuestra existencia y una importancia a toda nuestra
conducta que no puede obtenerse de ninguna otra cosa…
…Si recordáramos todas estas
consideraciones, si pensáramos en ellas a diario y en profundidad, seríamos
sobrios, serios, alertas y diligentes en el cumplimiento de nuestro deber. En
particular, si tenemos algunos puntos de vista correctos acerca del pecado, es
casi imposible que nos hagan más justos más consagrados, más persistentes, y
más eficaces al momento de persuadirnos a confesar y renunciar a nuestros
pecados. Cuanto más justos sean esos puntos de vista, más poderosa debe ser su
eficacia. Es más, no pueden dejar de producir felicidad en la mente del
cristiano inteligente. “
Buscar el rostro de Dios debería ser
algo cotidiano y a diario; anhelar su presencia con pasión, adorarle
constantemente con nuestra obediencia; llegar a tener una relación tan intima
con el Padre y llamarlo: Abba Padre. Sin embargo debemos atender que puede ser
peligroso pretender ver su gloria sin que nada pase. Porque somos tan frágiles
comparados con El y su inmensidad.
MARTIN FONSECA