No cabe duda de que nuestro mundo es un mundo desorientado. La pregunta que se hace continuamente es esta: ¿Cuál es el camino que debemos seguir? Que este sea un problema general, no supone que también lo sea de la iglesia. Sin embargo es así. En cualquier lugar del mundo que visito, se aprecia esta situación. Líderes que no saben cual debe ser el camino a seguir en un mundo cambiante. Iglesias y organizaciones que han perdido la seguridad de épocas pasadas, en las que experimentaban días de bendición y caminaban con seguridad en camino de victoria. A esto ha sucedido la enorme desorientación del tiempo actual.
Surgen cada día nuevas organizaciones, que se autodenominan como ministerios, dirigidos al liderazgo de las iglesias, para proponerles soluciones mediante cursos intensivos que son una mezcla de selección bíblica, técnicas de mercado, psicología y manejo de recursos humanos. Una notable cantidad de libros sobre liderazgo cristiano, salen de las imprentas y son puestos en manos de los pastores de las iglesias. Cada uno de estos y otros sistemas propuestos, se presentan como la panacea a la desorientación, la solución a los problemas actuales y la apertura al camino del éxito. Muchas iglesias están descansando, cada vez más, en las técnicas de la estadística comparativa, almacenando resultados analíticos de las encuestas formuladas entre los miembros, cuyos resultados deben ser tratados conforme al sistema propuesto para que se produzcan los resultados esperados, de crecimiento, desarrollo, recuperación, etc. Sin embargo, la realidad es que ninguna de estas fórmulas están dando resultado. No dudo, en absoluto, que toda acción dirigida a corregir errores de orientación, al mejor aprovechamiento de los recursos eclesiales, a la eficacia organizativa, son buenos, siempre que sean herramientas para un trabajo más eficaz, pero, en ningún modo resolverán lo que es un problema de fondo al que, según pienso en alto, debe prestársele urgente atención.
El libro de Dios apunta a la solución de un problema que ha existido siempre. Lo hace tomando pinceladas históricas y renovando los consejos divinos dados en el tiempo pasado, pero válidos permanentemente, porque son palabra de Dios. El texto tomado para este pensando en alto, corresponde a un momento en la historia de Israel en un momento de iniciar un camino desconocido para ellos, pero que iba a ser de victoria en la medida en que ajustasen a lo que Dios establecía para ellos. El pasaje debe ser tenido en consideración puesto que “estas cosas les sucedieron como ejemplo y están escritas para amonestarnos” (1 Co. 10:11). Es el modo de recuperar un camino seguro. La forma para superar la crisis de desorientación.
En los textos que abren este pensando en alto, aparece en primer lugar la figura del arca. Esta abriría el camino por el que el pueblo de Dios debía marchar. Como todos los muebles del tabernáculo era figura de Cristo. En ella y en el Lugar Santísimo donde estaba colocada se manifestaba la gloria de la presencia de Dios. De igual manera se dice de Jesús: “en Él habita corporalmente la plenitud de la deidad” (Col. 2:9). El arca estaba construida en madera recubierta totalmente de oro. Figura también de las dos naturalezas de Jesucristo. El oro apuntando a la deidad y la madera como expresión figurativa de su humanidad. Cristo, en el simbolismo del arca, ocupa el lugar principal en el relato. El texto bíblico llama al mueble “el arca del pacto de Jehová”. El nombre usado hacer alusión al Dios que pacta. No se trata de un pacto en igualdad de condiciones entre Él y su pueblo, ya que los pactos de Dios son incondicionales. El título conduce el pensamiento al pacto de redención, establecido por Dios antes de la creación, en el que por soberanía determina salvar al pecador. Es otro aspecto de Jesús. El Señor es Dios en encuentro de gracia (2 Co. 8:9). La ejecución de la obra de salvación requería que el Dios de la gracia descendiese al encuentro del hombre, para resolver el problema de quien, a causa del pecado, no quiso, ni quiere, ni querrá voluntariamente buscar a Dios (Ro. 3:10 ss.), por cuya razón es Dios que en Cristo viene a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc. 19:10). No puede haber una mayor demostración de la gracia que el hacerse hombre, y en esa condición, llegar a la obediencia suprema de la muerte y muerte de Cruz (Fil. 2:6-8). Veo al arca y descubro en ella la figura del Dios de la soberanía. El arca marcaría el camino y actuaría en soberanía llevando a cabo Su propósito. Así también Jesús, recibe el nombre que es sobre todo nombre, bajo cuya autoridad ningún enemigo podrá obstaculizar el camino victorioso para la iglesia. Es el que en soberanía, abre puertas que ninguno puede cerrar (Ap. 3:8). El arca es también expresión de los milagros de Dios. Abrió camino en el mar, separó las aguas del Jordán, dio alimento al pueblo en el desierto, proveyó de agua para saciar a todo en pueblo. Así también Jesús. El evangelio lo presenta como hacedor de maravillas, calmando el temporal, sanando enfermos, resucitando muertos, dando de comer a multitudes con cinco panes y dos peces. Cada uno de nosotros somos expresión visible del milagro que Dios operó regenerando nuestras vidas y transformando nuestra situación de muertos en pecados a poseedores de vida eterna.
La segunda enseñanza de los versículos tiene que ver con el camino. No cabe duda que es desconocido para nosotros, pero conocido para Él (v. 4). No sabemos como será el recorrido. Puede que transcurra por la soledad de un desierto, o por laderas empinadas, o atravesando lugares donde los enemigos acosen. Sin embargo, ya nos anticipa algunas experiencias seguras en él. Es siempre un camino de comunión con Dios, donde Él está presente. Donde las oraciones son contestadas y donde su luz alumbra cada tramo del sendero. Nunca puede haber desorientación en él, porque nunca discurre en tinieblas sino en luz. Jesús dice: “el que me sigue no andará en tinieblas”. No es posible extraviarse puesto que Cristo ha dejado sus huellas marcadas para que sigamos sus pisadas (1 P. 2:21). Es también el camino del testimonio. Dios marchando con su pueblo. La iglesia tiene como misión de ser testigo de Cristo en el mundo (Hch. 1:8). No es sólo la proclamación del mensaje del evangelio de la gracia, sino que con él va acompañándolo el testimonio de vida del quienes lo anuncian. Es el compromiso de una vida de santidad en la que el mundo puede ver el fruto del Espíritu, que es la manifestación visible de la presencia de Cristo en el cristiano. Un pueblo que testifica al mundo la actuación de Dios en sus vidas, produciendo “el querer y el hacer, por su buena voluntad” (Fil. 2:13). Lo que impacta al mundo no es el discurso sobre Cristo, sino la vida de Cristo reproducida por el Espíritu en el creyente. El camino por donde va el arca es también uncamino de renovación espiritual. El propósito de Dios para los salvos es que seamos conformados a la imagen de su Hijo (Ro. 8:29). Se trata de una transformación continuada. Es la operación por la que Dios hace de cada creyente un vaso nuevo para Su gloria. También el camino que Dios propone es un camino de victoria. Frente a la triste situación de una iglesia sin poder victorioso, está la decisión de Dios que quiere llevarnos siempre en triunfo en Cristo (2 Co. 2:14). En los tramos difíciles de la senda los recursos de la gracia están a nuestra disposición. Miraremos atrás en el camino y descubriremos que nos sigue el bien y la misericordia; bajo nuestros pies lugares de reposo donde somos alimentados por Dios; delante la esperanza de gloria, en el descanso perpetuo en la casa del Padre.
Hay sólo una condición para experimentar el cambio que necesitamos, un sola vía para dejar la desorientación, suprimir la inquietud y afirmarnos en lo que debemos hacer: “vosotros seguiréis al arca”. Significa esto reconocer el señorío de Cristo en la iglesia, en el ministerio y en la vida personal. Se trata, como dije antes, de seguir las pisadas del Maestro. En la decisión de seguirle exigirá que al caminar en sus huellas volvamos a la vida de santidad. No es posible hablar de vida cristiana sin hablar de santidad, ya que no es una opción sino la única manera de vida cristiana. Es recuperar la experiencia de la oración, como estuvo presente en la vida de Jesús; será necesario establecer prioridades en esto y orar más para hablar menos; venir a Su presencia en dependencia para expresarle nuestra necesidad y decirle sin muchas palabras la oración más importante hoy: “Señor, ¿qué quieres que haga?”. Será retornar a la Palabra, dedicarle tiempo para leerla, estudiarla, meditarla y obedecerla. Dios volverá a hablar a Su pueblo desde el púlpito de la iglesia. Las reuniones no serán para compartir ideas y presentar conceptos humanos, sino para oír la poderosa voz de Dios que quebranta la insensibilidad de nuestros corazones. Seguir las huellas de Cristo, conducirá necesariamente a una expresión de amor en todo lo que hagamos, buscando el bien de otros y no el nuestro propio. El autoritarismo, el humanismo, los propósitos del hombre, dejaran de ser, para sentir sólo la presencia de Dios, que por Cristo nos dice ahora: “Venid en pos de mí”. Todos los problemas serán resueltos victoriosamente con la única condición que el versículo establece: “Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios… marcharéis en pos de ella”. La petición de los griegos, debe ser nuestra oración ahora y siempre: “Señor, queremos ver a Jesús”.
ESCRITO POR SAMUEL PEREZ MILLOS DE LA PAGINA WEB PARA MI EL VIVIR ES CRISTO
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